Pistacia atlantica
Desf.
Almácigo
Descripción:
Árbol de hasta más de 10 m de alto, cuya
abundante ramificación forma una amplia copa cubierta de un denso y
lustroso follaje, caduco unas veces y subpersistente en otras. El tronco
y las ramas más viejas están recubiertos de una gruesa corteza de color
grisáceo, que se arruga y fisura con el paso del tiempo.
Tiene hojas
alternas de hasta más de 12 cm de largo, compuestas cada una de un
número impar de foliolos (imparipinnadas), generalmente cinco o
siete, lanceolados, enteros en los bordes, algo puntiagudos, muy
lustrosos y de hasta 5 cm de longitud. Su color cambia del verde
intenso, cuando jóvenes, al marrón rojizo cuando son viejas o están
expuestas a situaciones muy soleadas.
Es una especie dioica, con flores
masculinas y femeninas en ejemplares distintos. Las masculinas son de
color verde amarillento y se agrupan en pequeños y densos amentos
colgantes, mientras que las femeninas se disponen en racimos laxos de
color rojizo.
Los frutos son pequeñas drupas carnosas parecidas a
aceitunas, de unos 7-10 mm de diámetro y de brillante colorido: verde,
rojizo o violáceo; se agrupan en racimos semicolgantes poco densos de
hasta 20 cm de largo.

Hábitat: Esta especie constituye un componente típico
de la vegetación arbórea del área potencial de los Bosques termófilos,
junto a dragos (Dracaena draco), palmeras (Phoenix
canariensis), lentiscos (Pistacia lentiscus), acebuches (Olea
europaea ssp. guanchica), etc. Su presencia es más
frecuente en las vertientes orientadas al norte que en las que dan al
sur, donde sus ejemplares se refugian en riscos y laderas escarpadas.
Fue muy
abundante en épocas pasadas, pero en la actualidad su presencia es muy escasa, y en muy pocas localidades se pueden observar pequeñas
poblaciones de este atractivo árbol, como es el caso de Los Silos, en
Tenerife, San Andrés, en La Palma, o Agaete, en Gran Canaria.
Floración: Primavera, madurando los frutos a lo largo
del verano.
Reproducción:
Por semillas y
esquejes.
Usos: En el pasado se aprovechó intensamente su
madera para trabajos de ebanistería, tornería y marquetería. Durante el siglo XVI se empleó
abundantemente como combustible de los ingenios de azúcar de Canarias,
tal como atestiguan los acuerdos del Cabildo de Tenerife de la época,
debiendo ser tal uso una de los principales causas de su actual escasez.
Según Viera y Clavijo, el gran naturalista canario del siglo XVIII, la
resina del almácigo servía para fabricar barnices y lacas, así como para
perfumar los aposentos.
En algunos países del mediterráneo, y otros
tan lejanos como Estados Unidos o Ucrania, se emplea el almácigo como
portainjerto para el cultivo del pistachero (Pistacia vera),
pues es una especie es muy vigorosa, aguanta mucho la asfixia radicular
y tiene buena afinidad con la mayor parte de los cultivares.
En
ciertos lugares, como las ciudades del Mar Negro, el
almácigo constituye una planta ornamental típica del arbolado urbano. Un
uso del que debieran tomar nota nuestras autoridades, y hacer lo mismo
en nuestras islas, en lugar de ajardinarlas con especies foráneas, que en
muchos casos son perjudiciales para nuestra flora endémica.
También
se emplea en reforestaciones de tierras áridas para luchar contra la
erosión.
Sus semillas crudas son comestibles, y su resina contiene
aceites esenciales utilizados en perfumería y droguería.