Dryopteris oligodonta
(Desv.) Pic.-Serm.
Penco, Helecho macho
Descripción:
Helecho perenne, grande y muy vistoso, con
frondes de hasta 2 m de largo, dispuestas sobre un corto y grueso rizoma
de hasta 15 cm de diámetro, ascendente, muy escamoso y aferrado al suelo
por una gran cantidad de finas raicillas.
Las frondes, que van
formando una bella roseta en torno al rizoma, están sostenidas por un
recio estípite amarillento, algo acanalado y dispersamente escamoso. Su
lámina, de color variable entre el verde musgo y el marrón verdoso,
presenta formas más o menos lanceoladas, dividiéndose hasta tres veces
en hojas cada vez más pequeñas, con pinnas basales casi simétricas. Las hojuelas de último orden (pínnulas)
son sésiles, anchas en su base, y con márgenes ligeramente aserrados con
pocos dientes.
Sus abundantes soros, de color
verdoso, amarillento o rojizo, se sitúan en dos hileras a ambos lados
del nervio central de las pínnulas. Están protegidos por un indusio
arriñonado que se abre lateralmente cuando aquellos maduran,
desparramando sobre el suelo infinidad de esporas que forman un tapiz
amarillento bajo las frondes.

Hábitat: Endemismo canario relativamente frecuente en
barrancos y laderas húmedas y sombrías de la Laurisilva y el
Fayal-brezal, aunque se encuentra mejor adaptado a situaciones soleadas
que los otros grandes helechos que habitualmente le acompañan:
Woodwardia radicans, Polystichum setiferum, Diplazium
caudatum, etc.
Las frondes más viejas se secan a comienzos del
verano, surgiendo los nuevos brotes con la llegada de las primeras
lluvias de otoño.
Floración: Finales de primavera y verano, generalmente entre los meses de marzo y
octubre.
Esporulación:
Por esporas y por división del rizoma.
Usos: Ornamental, aunque sus ejemplares raramente
se adaptan a ambientes diferentes al de su hábitat natural. Además, esta
práctica debe hacerse desde un riguroso respeto a sus poblaciones
naturales.
Antiguamente se usaban sus grandes frondes para cubrir las
ramas de las viñas cuando les daba mucho el sol, para que los racimos
apenas recién nacidos no se quemaran, aunque para esta tarea era más
frecuente la utilización de la muchísimo más común y abundante jelechera
(Pteridium aquilinum).